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La Promesa Digital

«El cambio real viene una vez que las herramientas son «tecnológicamente aburridas» 

Clay Shirky

A inicios de los años 90 la revolución cibernética prometía un nuevo mundo y una realidad alternativa de posibilidades infinitas. Pero ¿cuáles han sido los cambios reales a través de estos años, y en qué dirección vamos ahora?

The Digital Promise es un documental producido por TVE, con la colaboración de ArtFutura y dirigido por José Manuel Pinillo. Con la participación de: William Gibson, Nicholas Negroponte, Clay Shirky, Rebecca Allen, Sherry Turkle, Tiffany Shlain, Montxo Algora, Marcel.lí Antunez y otros.

Digital Promise
Digital Promise - Sherry Turkle

La Promesa Digital

José Manuel Pinillo

En 1990 si querías informarte sobre algo ibas a la biblioteca. No había más acceso que el presencial y cómo recuerda Montxo en la primera edición del festival dedicada a la Realidad Virtual no tenían ni fax. La tecnología no formaba parte de nuestras vidas.

Sin embargo, en el aire flotaba una promesa, la idea de que algo iba a cambiar gracias a los ordenadores. Una promesa de libertad, de vida alternativa, de colaboración e intercambio sin límites ni fronteras, de muchas posibilidades la mayoría de las cuales aún estaban por descubrir.

Timothy Leary anunciaba que los ordenadores ocupaban el lugar que habían tenido las drogas en los 60 como propulsores de la expansión de la mente. Un futuro descarnado, hiperconectado, desencantado y a la vez fascinante se abría ante nosotros. Había una gran efervescencia en torno a ese nuevo mundo, un ciberespacio que ninguno conocíamos todavía, la interactividad e interconexión global, la generación de imágenes y sonidos digitales, la posibilidad de superar los límites del cuerpo…

La utopía de los 60 parecía reencarnarse en los 90 -después de unos entre esteticistas y desencantados 80’s- de una manera menos naíf, pero fue igualmente devorada por la lógica comercial.

Lo que debía servir para liberarnos en muchos sentidos nos encadena y aunque es inimaginable una vuelta atrás, creo que no soy el único que a veces la desea. Cuando nadie puede escapar ya a las consecuencias de una de las revoluciones más relevantes de la historia, en retrospectiva se ve cumplido aquello de que todo debe cambiar para que todo siga igual.

Digital Promise - Nicholas Negroponte

En ese 1990 tuve la oportunidad de escribir una canción para un espectáculo de La Fura dels Baus inspirada en la novela Neuromante de William Gibson y a partir de ahí me sentí “abducido” con la fortuna de asistir a muchos de los acontecimientos ligados a esta transformación desde la producción, autoría y comisariado de piezas audiovisuales e interactivas de diversa índole.

Y llegó lo que resume muy bien Clay Shirky cuando dice que el verdadero cambio llega una vez que la herramienta es “tecnológicamente aburrida”, cuando está plenamente asumida y se utiliza cotidianamente sin darle importancia al hecho tecnológico.

¡Hacer balance! Podría haber ocupado una enorme serie documental pero más que la imposibilidad económica, que también, se impuso el deseo, quizás algo narcisista, de explicarlo a mi manera.

Digital Promise - Clay Shirky

Y opté por el discurso ligado a mi experiencia personal, arbitrario y nada exhaustivo, sumando capas de lo que uno ha ido destilando a lo largo del tiempo confrontado con una realidad que todos conocemos y que ocupa diarios y noticiarios de televisión cada día. Lo que me atraía era esa conexión entre la promesa y su quiebra, la nueva bancarrota de las buenas intenciones, la historia de la historia.

Ahora que la tecnología se ha tornado invisible cuando más presente está, la pregunta de partida de este documental, qué queda de la “promesa digital”, se ha contestado ella sola por el propio peso del tiempo, por aquello que nos ha traído y, sobre todo, por lo que se ha llevado.

La segunda pregunta, la de salida – ¿y ahora qué nos espera tras este imponente Cisne Negro? – ha tenido tantas respuestas que, aunque sólo sea por pura estadística, alguna de ellas será la cierta.

Digital Promise - Rebecca Allen

«Me habíais prometido colonias en Marte. En vez de eso, lo que obtengo es Facebook»

Buzz Aldrin

El Final de la Inocencia

Pau Waelder

Un decepcionado Buzz Aldrin se dirigía al lector desde la portada del MIT Technology Review [1] a finales de 2012 con esta frase, que resume la inesperada evolución de la tecnología desde los años 60 hasta la actualidad. El astronauta de la Misión Apolo XI, segunda persona en pisar la Luna y el más anciano de la docena de hombres que han caminado sobre la superficie de nuestro satélite, representa a una generación que experimentó el poder de la tecnología y soñó con grandes retos, desde colonizar el Sistema Solar a erradicar el hambre en el mundo.

El último alunizaje tuvo lugar en 1972, pero ya entonces la tecnología se había hecho patente en otros ámbitos más mundanos. Los ordenadores dejan de ser las grandes máquinas que ocupan unos pocos centros de investigación en el mundo y pasan a concebirse como herramientas al alcance de un sector cada vez más amplio de la población.

En los años 80 y principios de los 90, el potencial de los ordenadores personales y la red Internet trajo consigo nuevas promesas de un futuro mejor, más conectado y más rápido, gracias a los avances tecnológicos. La utopía tecnológica de los 60 se renueva en el ambiente de la contra-cultura californiana de los 80. Los ordenadores venían a liberar a las personas, como prometía el famoso anuncio de Apple en 1984 (“1984 no será como 1984 [la distopía imaginada por George Orwell]”), tanto a nivel de su trabajo como por medio de una lisérgica apertura de su mente: los ordenadores personales iban a ser “el LSD de los 90”, en palabras de Timothy Leary [3].

Cambio de consciencia

Esta renacida confianza en la tecnología se produce, por tanto, a un nivel diferente del que se dio en los años 60: los grandes cambios no los producen un reducido número de grandes y complejas máquinas que hacen del mundo un lugar mejor, sino que se producen en el propio individuo, en un cambio de conciencia y en el acceso a unas herramientas y recursos que hace unas décadas eran inimaginables.

No se trata, por tanto, de vivir en otro planeta, sino de formar parte de una nueva sociedad marcada por las tecnologías de la información, los sistemas globales de comunicación y el transporte a gran velocidad de un punto a otro del planeta. En este contexto inicia su andadura ArtFutura en 1990, participando en el circuito internacional de festivales en los que se exploran, año tras año, las principales innovaciones del encuentro entre arte, tecnología y sociedad.

Nuevos temas se suceden rápidamente: Realidad Virtual, Cibercultura, Vida Artificial, Robótica, y por supuesto la acelerada evolución de Internet obligan a replantear constantemente la relación entre usuario y máquina, entre individuo y sociedad. La revolución digital promete cambiar el mundo, no por medio de los grandes y estratégicos pasos dados por la NASA, sino de una manera convulsa e impredecible. La reacción inicial es de entusiasmo. Se invierte de forma impulsiva en cualquier nueva empresa creada en la World Wide Web, generando una burbuja que explota incluso antes del cambio de siglo.

La primera gran decepción de la Promesa Digital, el pinchazo de la burbuja de las punto com a principios de 2000 no impide que la tecnología siga su curso, introduciéndose rápida e inexorablemente en todos los aspectos de la vida cotidiana. A lo largo de la última década, se ha hecho patente nuestra dependencia de las tecnologías digitales y la progresiva transformación de todo lo que hacemos, decimos y producimos en un incesante flujo de datos. Con todo, el futuro no es lo que se esperaba en los años 60: no nos desplazamos en coches voladores (ni tampoco en coches eléctricos), no somos atendidos por robots domésticos ni debemos temer (de momento) a una inteligencia artificial como la de HAL9000.

Promesas de la Era Digital

No tenemos colonias en Marte, sino al Curiosity Rover de la NASA sumándose a la moda de los selfies [4]. Desde esta perspectiva, podría argumentarse que hemos pasado de buscar la grandeza a caer en la banalidad, como denuncia Bruce Gibney en What happened to the Future?, manifiesto del grupo de inversores tecnológicos Founders Fund: “el capital de inversión ha dejado de financiar el futuro y se ha convertido en fuente de financiación de aplicaciones, aparatos y trastos irrelevantes.” [5]

Las voces críticas con las promesas de la era digital son cada vez más numerosas, notablemente entre quienes han seguido su evolución a lo largo de las últimas décadas. La psicóloga Sherry Turkle, quien en 1984 consideraba que “la cuestión no es cómo será el ordenador en el futuro, sino ¿cómo seremos nosotros? ¿en qué tipo de personas nos estamos convirtiendo?” [6], concluye que los dispositivos digitales nos están moldeando, modificando la manera en que nos relacionamos con los demás, de manera que “buscamos en la tecnología maneras de crear relaciones y a la vez protegernos de ellas.” [7]. Jaron Lanier, uno de los pioneros en el desarrollo de la Realidad Virtual, advierte en su libro Who Owns the Future? [8] que el desarrollo de una economía basada en servicios gratuitos en Internet tenderá a reducir las perspectivas laborales de la clase media, a medida que los servidores de unas pocas empresas acumulan cada vez más datos y convierten a los usuarios en proveedores de información no remunerados.

Una amenaza para la Humanidad

Las desigualdades que generará una economía basada en la riqueza de unos pocos a costa de los datos de la mayoría presentan un futuro desalentador, como lo hacen las palabras del astrofísico Stephen Hawking, quien recientemente alertaba que el desarrollo de la Inteligencia Artificial podría llevar a una tecnología que supere al ser humano en todos sus aspectos y llegue incluso a “desarrollar armas que ni siquiera podamos comprender.” [9] Las serviciales máquinas que aseguran la prosperidad del planeta en el relato de Asimov se han convertido en temibles centros de poder o, tal vez, en una amenaza para la humanidad.

Las voces críticas y las predicciones agoreras son, en definitiva, los indicadores de una primera madurez en nuestra relación con la tecnología digital. Ya no es posible ver esta relación con la inocencia que hace décadas llevó a formular las promesas de la era digital. Una mirada más experimentada nos permite comprender que es demasiado complejo predecir cómo será el futuro, y conduce a un análisis más prudente de las consecuencias que puede tener el uso actual de los dispositivos y servicios que tenemos a nuestro alcance. La irrupción de la tecnología digital ha producido profundos cambios, algunos claramente visibles y otros sutiles, unos negativos y otros  significativos para muchas personas, comunidades y sociedades que han transformado su manera de trabajar, comunicarse, aprender, crear o compartir.

Como, por ejemplo, los estudiantes que se están manifestando estos días en Hong Kong pidiendo más democracia. Gracias al uso de Firechat [10], una aplicación para móviles que permite enviar mensajes sin necesidad de conexión a Internet o a la red de telefonía móvil, los manifestantes pueden coordinarse sin ser bloqueados por el gobierno chino. Firechat permite crear una red de malla inalámbrica, y de esta manera establece un canal de comunicación que no puede ser controlado, algo que sin duda generará un nuevo pulso entre ciudadanos y gobiernos, consumidores y productores, usuarios y proveedores. El uso de una aplicación como Firechat supone una pequeña revolución, una transformación que se produce en un entorno saturado de banalidades, tendencias pasajeras, pérdida de libertades y de intimidad. En esta y otras transformaciones que introducirán las tecnologías digitales se podrá vislumbrar otro futuro, tal vez no utópico, pero ciertamente fascinante.

Notas

 

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