Hoy en día casi todo el mundo ha oído hablar de
los hologramas, las imágenes tridimensionales proyectadas
espacialmente con la ayuda de un láser. En la actualidad,
dos de los pensadores más eminentes en el mundo -David
Bohm, físico de la Universidad de Londres, antiguo
protegido de Einstein y uno de los físicos cuánticos
más respetados, así como Karl Pribram, neurofisiólogo
de Stanford y uno de los más influyentes arquitectos de
la interpretación del cerebro- creen que el propio universo
bien pudiera no ser otra cosa que un gigantesco holograma, una
especie de imagen o estructura creada (al menos en parte) por
la mente humana.
Curiosamente, Bohm y Pribram llegaron a semejante conclusión
de modo independiente, a través del estudio de campos muy
diferentes. Bohm se convenció de la naturaleza holográfica
del universo tras muchos años de escepticismo frente a
las teorías convencionales, incapaces de explicar numerosos
fenómenos presentes en la física cuántica.
Pribram se convenció a su vez ante la ineficacia de las
formulaciones convencionales para resolver determinados enigmas
neurofisiológicos.
Una vez llegados a tales conclusiones, Bohm, Pribram y otros
investigadores adheridos a la misma idea advirtieron que el modelo
holográfico servía para explicar gran número
de fenómenos, entre los que se contaban la telepatía,
la precognición, la psicokínesis (la capacidad de
la mente para desplazar objetos sin valerse del contacto físico),
los sentimientos místicos de comunión con el universo,
la sincronicidad e, incluso, las experiencias chamánicas
y preagónicas. De hecho, como subrayan sus defensores,
el paradigma holográfico ayuda a explicar prácticamente
todos los fenómenos místicos y paranormales.
¿De qué forma llegaron Bohm y Pribram a tan inusual
concepción del universo y qué tiene de extraordinario
el modelo holográfico para explicar fenómenos tan
sorprendentes y dispares?
Para responder a estas preguntas es preciso examinar brevemente
los campos estudiados por Bohm y Pribram.
EL CEREBRO COMO HOLOGRAMA
Pribram concluyó que el universo es un holograma mientras
trataba de solventar la cuestión de cómo y dónde
se almacenan los recuerdos en el cerebro. A lo largo de varias
décadas, numerosos estudios habían probado que los
recuerdos no se hallan confinados en una región precisa
sino que se encuentran diseminados por todo el cerebro. En una
serie histórica de experimentos efectuados entre los años
veinte y cuarenta de este siglo, el neurólogo Karl Lashley
comprobó con sorpresa que la extirpación de sucesivas
porciones de cerebro no impedía a una rata efectuar complejas
tareas aprendidas antes de las distintas extracciones quirúrgicas.
Pribram, antiguo discípulo de Lashley, no encontró
respuesta al enigma hasta la década de los sesenta, cuando
la lectura de un artículo acerca de la sorprendente y novedosa
ciencia holográfica le proporcionó la explicación
que andaba buscando. Una breve disertación sobre la naturaleza
de los hologramas nos ayudará a comprender mejor la reacción
de Pribram. Como ya indicamos, un holograma es una imagen tridimensional
confeccionada con la ayuda de un láser. Para obtener un
holograma, el objeto a fotografiar es bañado por la luz
de un rayo láser. A continuación se hace rebotar
un segundo láser contra el reflejo luminoso del primero
y el patrón de interferencia resultante (el área
donde se cruzan ambos láseres) es capturado de modo fotográfico.
Al ser revelada, la película resultante muestra lo que
parece un amasijo caótico de luces y líneas oscuras.
Sin embargo, basta con iluminar la película con un nuevo
rayo láser para conseguir una imagen tridimensional del
objeto original.
La tridimensionalidad de tales imágenes no constituye
la única característica sorprendente de los hologramas.
Si partimos por la mitad el holograma de una rosa e iluminamos
con un láser las dos mitades resultantes, cada mitad exhibirá
la imagen completa de la rosa. Si subdividimos las dos mitades
una y otra vez, cada uno de los fragmentos de película
fotográfica seguirá mostrando una versión
completa aunque, eso sí, más pequeña, de
la imagen original. A diferencia de las fotografías convencionales,
en el caso de los hologramas cada parte posee la información
presente en el todo.
Esta idea del ¨todo en cada parte¨ proporcionó
a Pribram la explicación que había buscado infructuosamente
durante tanto tiempo. Los experimentos de Lashley habían
demostrado que cada porción del cerebro parece contener
la totalidad de los recuerdos
presentes en el cerebro. Ello llevó a Pribram a concluir
que el propio cerebro debía ser una especie de holograma.
¿Cómo se almacenarían los recuerdos en un
cerebro de carácter holográfico?
Hoy en día Pribram cree que los recuerdos no se agrupan
en neuronas o pequeñas agrupaciones de neuronas, sino en
estructuras de impulsos nerviosos que entrecruzan el cerebro de
modo similar a como las estructuras laserianas entrecruzan un
trozo de película fotográfica que contenga una imagen
de naturaleza holográfica.
El almacenamiento de la memoria no es el único enigma
neurofisiológico que resulta más fácil de
abordar mediante el modelo holográfico del cerebro propuesto
por Pribram. Buena
muestra de ello lo constituye la forma en que el cerebro se las
ingenia para traducir la avalancha de frecuencias recibidas a
través de los sentidos (frecuencias luminosas, sonoras
etc.) hasta transformarlas en familiares percepciones sensoriales.
La codificación y decodificación de frecuencias
es precisamente la especialidad del holograma. De hecho, los neurofisiólogos
han descubierto que el cerebro emplea para el descifrado de las
percepciones exactamente el mismo lenguaje matemático (conocido
como "transformaciones de Fourier¨ ) utilizado en la
elaboración de hologramas laserianos. Si tenemos en cuenta
que la Madre Naturaleza dispone de incontables lenguajes matemáticos,
ello resulta tan peculiar como lo sería descubrir a un
grupo de esquimales que hablaran swahili.
¿Qué significa todo esto? Pribram considera que
no sólo se trata de una prueba adicional acerca de la naturaleza
holográfica del cerebro sino que de ello se deduce que
el cerebro es, en realidad, una especie de lente, una máquina
transformadora que convierte la cascada de frecuencias que recibimos
a través de los sentidos en el familiar ámbito de
nuestras percepciones internas. Dicho de otro modo, los quásars,
las tazas de café y los robles no existen de modo objetivo.
Se trata de hologramas creados en el interior de nuestras mentes,
mientras que lo que denominamos "mundo exterior¨ no sería
más que un océano fluyente y caleidoscópico
de energía y vibración.
LA REALIDAD SUBATOMICA COMO HOLOGRAMA
El sendero que llevó a Bohm a concluir que el universo
es un holograma se inició de manera más bien tangencial,
al estudiar el ámbito de las partículas subatómicas.
Poco después de haber sido establecidos sus principios
maestros, la física cuántica (el estudio de las
partículas subatómicas) se reveló capaz de
efectuar una predicción de naturaleza sorprendente. Casi
todos hemos oído hablar en alguna ocasión de los
casos en que dos hermanos gemelos comparten similares sensaciones
por mucha distancia física que exista entre ambos. De modo
curiosamente semejante, las formulaciones matemáticas de
la física cuántica llevaron a predecir que cierto
tipo de procesos subatómicos son capaces de originar partículas
esencialmente "gemelas", esto es, partículas
unidas de modo igualmente misterioso, de tal forma que una de
ellas registrará siempre y de manera instantánea
aquello que le suceda a su gemela con independencia de la distancia
existente entre ambas.
Tal predicción, sin embargo, no encaja con la teoría
de la relatividad formulada por Einstein. Según esta teoría,
no existe señal o comunicación alguna capaz de trasladarse
a mayor velocidad que la luz. Dado que superar la velocidad de
la luz equivale a traspasar la barrera temporal, el propio Einstein
se negó siempre a creer en la existencia de semejante conexión
entre partículas.
Cuando la existencia de partículas gemelas fue formulada
por primera vez, los físicos no se hallaban en condiciones
de comprobar empíricamente tan sorprendente hipótesis.
Como consecuencia, durante la mayor parte de este siglo, la mayoría
de los investigadores se centraron en el estudio de las predicciones
menos problemáticas de la física cuántica.
Sin embargo en 1982, un equipo de investigación de la universidad
de París liderado por el físico Alain Aspect descubrió
una forma de comprobar empíricamente la hipótesis
y demostrar fehacientemente que las partículas gemelas
pueden registrar efectivamente de modo instantáneo cualquier
fenómeno sucedido a su mitad.
Dado que la mayor parte de los físicos se niegan a considerar
como inválida la teoría einsteniana de la relatividad,
muchos de ellos se esforzaron en explicar los descubrimientos
de Aspect por medio de tortuosos razonamientos, en un intento
de ignorar su verdadera trascendencia. Bohm, sin embargo, trató
de seguir un camino diferente. Inspirado por las extrañas
propiedades del holograma, consiguió formular un modo de
explicar los hallazgos de Aspect sin abandonar el veto impuesto
por la teoría de la relatividad a la posibilidad de una
comunicación más rápida que la luz.
Bohm prescinde de misteriosas señales de comunicación
y sostiene que las partículas subatómicas pueden
registrar de modo instantáneo lo sucedido a sus semejantes
con el argumento de que la supuesta lejanía entre ellas
no es más que una ilusión. Su hipótesis afirma
que, en algún plano más profundo de la realidad,
dichas partículas no constituyen entidades diferenciadas
sino que son una extensión del mismo todo fundamental.
Bohm nos ofrece un ejemplo para visualizar mejor su teoría.
Imaginemos un acuario en cuyo interior nada un pez. Imaginemos
asimismo que uno es incapaz de observar el acuario de modo directo
y que el único conocimiento de él y su contenido
proviene de dos cámaras de televisión, una enfocada
a la parte frontal del acuario y otra enfocada a su lado. Al contemplar
sus dos respectivos monitores de televisión uno podría
creer que el pez representado en las pantallas constituye dos
entidades diferenciadas. El engaño provendría del
distinto ángulo de las cámaras, susceptible de proporcionar
dos imágenes diferentes. Sin embargo, la contemplación
más prolongada de los peces nos revelará la existencia
de cierta relación entre ambos. Cuando uno de ellos se
gire, su compañero efectuará un giro simultáneo
aunque ligeramente distinto; cuando uno se sitúe frontalmente,
el otro siempre aparecerá ladeado. Si uno no acaba de comprender
la naturaleza real de la situación, podría acabar
concluyendo que los dos peces mantienen algún tipo de comunicación
instantánea, circunstancia que, evidentemente, no hace
al caso. Según Bohm, ello es precisamente lo que sucede
entre las partículas subatómicas según el
experimento de Aspect.
En términos holográficos, del mismo modo que cada
parte del holograma contiene la información relativa al
todo, cada miembro de una pareja de partículas gemelas
contiene la información relativa a la pareja completa.
De acuerdo con Bohm, la aparente conexión más
rápida que la luz existente entre partículas subatómicas
no es otra cosa que la expresión de un nivel más
profundo de la realidad todavía desconocido para nosotros,
un nivel holográfico análogo al ejemplificado en
el caso del acuario. El hecho de que veamos las partículas
subatómicas como entes diferenciados se explica porque
no nos apercibimos de la proverbial porción de cósmica
película holográfica en que se hallan inscritas.
Tan sólo vemos la trémula imagen ilusoria proyectada
por la película.
EL COSMOS COMO HOLOGRAMA
Considerados al unísono, los descubrimientos paralelos
de Bohm y Pribram -que nuestro cerebro parece estar programado
para descifrar estructuras holográficas y que la propia
textura de la
realidad está estructurada de modo holográfico-
parecen algo más que una sorprendente coincidencia y llevan
a pensar que el universo entero acaso no sea más que una
especie de holograma gigantesco. Ello no quiere decir que esté
formado por rayos láser, sino que posee las propiedades
de un holograma. Tal proposición ha sido recibida con escepticismo
por numerosos científicos pero asimismo ha galvanizado
a muchos otros, entre los que comienza a cundir la sospecha de
que quizá se trate del modelo de realidad más aproximado
al que la ciencia ha llegado hasta la fecha.
Como ya mencionamos, una razón para tomar la hipótesis
holográfica en serio estriba en que ofrece una explicación
que resuelve la práctica totalidad de los fenómenos
parapsicológicos. En un universo en el que los cerebros
individuales constituirían partes indivisibles de un mismo
holograma primordial y en el que todo se hallaría conectado
de manera holográfica, la telepatía podría
ser, simplemente, la puerta de acceso al nivel holográfico.
Dicho con otras palabras, en un universo que es un holograma,
nuestro cerebro, y de hecho cada neurona y cada átomo de
nuestro cerebro, de algún modo contiene el universo entero,
al mismo tiempo que todos formamos parte de una mente global.
La frase del poeta William Blake relativa a que el universo puede
ser descubierto en un simple grano de arena se convertiría
en una verdad literal. Por consiguiente, la capacidad de un
cerebro de acceder a la información de otro cerebro no
sería ya un problema, puesto que cada cerebro contendría
ya la totalidad de los restantes cerebros.
Bohm y Pribram asimismo han apuntado que numerosas experiencias
religiosas y/o místicas tales como los sentimientos de
comunión trascendental con el universo pueden tener su
origen en el acceso al ámbito holográfico. Como
estos dos científicos subrayan, las descripciones de los
grandes místicos relativas a experimentar una sensación
de unidad cósmica con el todo pueden deberse a que estos
místicos lograron irrumpir en aquéllas regiones
de su mente en las que todo posee efectivamente una cósmica
unidad.
Michael Talbot nació en Grand Rapids, Michigan, en
1953. Publicó siete libros: Mysticism and the New Physics,
Beyond the Quantum, Your Past Lives: A Reincarnation Handbook,
The Holographic Universe, The Delicate Dependency, The Bog, Night
Things.
Asimismo publicó artículos en New York Times Book
Review, the Village Voice, Ellery Queen's Mystery Magazine, y
en la revista Omni. Falleció en 1992.
Texto originalmente publicado en el catálogo de ArtFutura
1992.