""Un día, durante los meses que pasé en Japón como artista en residencia en la escuela IAMAS, estaba en mi habitación intentando hacer una llamada desde mi móvil, y noté que en algunas partes no tenía prácticamente cobertura, mientras que en otras la señal llegaba con mucha fuerza. Casi podía sentir que el espacio de las ondas era una realidad topográfica diferente, como una capa que se superponía al espacio arquitectónico."

La anécdota la cuenta el artista de los nuevos medios y arquitecto Usman Haque, pero en realidad la podría estar relatando cualquier usuario de telefonía móvil buscando desesperadamente una rayita de cobertura desde cualquier zona olvidada por los repetidores de una compañía telefónica, o los que se conectan a Internet inalámbricamente gracias a la caridad de sus vecinos y recorren palmo a palmo sus apartamentos esperando que alguna red wireless se cuele por una ventana. La experiencia del ciudadano contemporáneo, además de las calles que pisa y las construcciones que habita, depende cada vez en mayor medida de las frecuencias electromagnéticas que le dan cobijo y a las que tiene acceso. Esta dimensión invisible, el espacio hertziano, ha pasado de ser sólo una preocupación de ingenieros de telecomunicaciones y organismos reguladores a convertirse en un rico terreno de análisis cultural, de tensiones políticas, y de exploración artística.

El espacio hertziano -un término acuñado por el diseñador industrial Anthony Dunne en su texto fundacional Hertzian Tales- forma parte de la realidad cotidiana en la misma medida que la vegetación, el cemento o el cristal; no es virtual en ningún sentido. Los científicos emplean un gausímetro para medirlo, pero un teléfono móvil, un portátil con conexión inalámbrica o una radio de bolsillo nos revelan sus contornos y topografías de la misma manera.

La fascinación por revelar la naturaleza elusiva del espacio hertziano y las historias que se esconden en él han sido el tema de algunos de los proyectos más interesantes ejecutados en los últimos meses en el ámbito de los nuevos medios. En Life: A User's Manual, por ejemplo, la canadiense Michelle Teran recorre las calles de una gran ciudad armada con un scanner de frecuencias para revelar los flujos de información que permean cada espacio urbano. Teran intercepta las señales de cámaras inalámbricas de vídeo que rodean la zona y muestra sus imágenes en un monitor situado en un carrito, del que tira como si fuese una indigente. De la niebla analógica surgen como fantasmas escenas cotidianas con protagonistas anónimos que se desarrollan en recepciones de hotel, cajeros automáticos y otros espacios bajo vigilancia. Sky Ear, el proyecto más conocido de Usman Haque, supone una de las primeras intervenciones arquitectónicas que existen simultáneamente en el espacio hertziano y en el entorno urbano: una inmensa nube de globos llena de sensores que al elevarse cambia de color y capta los sonidos de las ondas electromagnéticas que encuentra a su paso.


No son sólo los artistas. Lo que sucede en el espacio hertziano cada vez tiene más ramificaciones que afectan a, por ejemplo, diseñadores industriales, arquitectos, activistas políticos y mediáticos o defensores de los ciberderechos. Bruce Sterling, el novelista ciberpunk reconvertido recientemente en gurú del diseño industrial, predice desde hace años la aparición de una nueva clase de objetos cotidianos ("spimes") que, gracias a los estándares de conectividad inalámbrica y a tecnologías de posicionamiento como los RFID que crean un enlace permanente a través del espacio hertziano entre el objeto y una base de datos online, "permanecen localizados siempre con precisión en el espacio y en el tiempo. Tienen historias. Cada uno de ellos tiene la suya propia, registrada, inventariada y rastreada." Los activistas en pos de la apertura del espectro defienden que el espacio hertziano debería ser a todos los niveles considerado espacio público, y su gestión y control un proceso abierto y democrático.

Y para los arquitectos, el espectro electromagnético es un poderoso estímulo para entender el diseño del espacio no como la construcción de grandes estructuras estáticas e inertes, sino como un terreno en el que estructuras "duras" ("hardspaces") tiene que coexistir con campos dinámicos y fluidos ("soft spaces") formados por ondas hertzianas pero también por ventilación, sonidos, olores… El dominio de lo invisible que, al fin y al cabo, determina nuestra experiencia del entorno en la misma medida, si no más que el cemento y el cristal.

José Luis de Vicente es periodista y comisario especializado en cultura digital, arte y tecnología. Desde 1999 forma parte del equipo de organización de ArtFutura. Ha realizado además proyectos de comisariado para organizaciones y festivales como FAD, La Caixa, Sónar, OFFF y otros. Es miembro de Elástico (www.elastico.net), una plataforma de generación de contenidos sobre culturas emergentes, con los que ha realizado el proyecto COPYFIGHT. Imparte clases en la Escuela de Diseño Elisava de Barcelona sobre teoría e historia de Internet y medios interactivos.

Texto originalmente publicado en el catálogo de ArtFutura 2005.