Durante los últimos veinte años, he pensado, escrito
y hablado sobre la forma en que los ordenadores interactúan
con la mente, la sociedad y la realidad. Al haber vivido en el
lugar y en la era en la que surgieron Silicon Valley y la cibercultura,
he podido ser observador participante de la transformación
del pensamiento humano, la cultura y las formas de gobierno por
medio del microchip. La mente, comunidad y civilización
que han ido cambiando mientras las describía son mi propia
mente, comunidad y civilización.
A medida que las tecnologías que he usado y estudiado se
han vuelto cada vez más poderosas, a la vez que mi actividad
creativa y profesional se veía cada vez más enredada
en los PCs, las comunidades online y los teléfonos móviles,
y el uso de dispositivos basados en microprocesadores cambiaba
aspectos esenciales del mundo humano, mis propias actitudes acerca
de estos cambios tecnosociales han experimentado una evolución.
Mi opinión sobre el potencial y el peligro del mundo constantemente
bajo vigilancia, hipermediatizado, saturado de artefactos inteligentes
y permanentemente conectado que estamos construyendo se ha vuelto
más oscura y compleja con los años.
Utilicé por primera vez aparatos electrónicos para
explorar los estados de la conciencia a finales de los años
sesenta. Mientras hacía un curso de postgrado sobre neurofisiología,
trabajé con un ingeniero electrotécnico en la construcción
de una máquina portátil de biofeedback. En 1968
el investigador Joe Kamiya demostró que las ondas del cerebro
de los monjes Zen se caracterizaban por ser "ondas alfa,"
y que las personas eran capaces de producir más ondas alfa
escuchando un tono audible conectado a un aparato de medición
de las ondas cerebrales. En mi Universidad, el electroencefalógrafo
(EEG) era del tamaño de un frigorífico. El ingeniero
con el que trabajaba logró construir una versión
transistorizada de una máquina de EEG en una caja que ocupaba
menos de la mitad de un frigorífico pequeño. Y entonces,
un día a principios de los años setenta, consiguió
que todo cupiese en la palma de su mano usando un nuevo dispositivo
conocido como "amplificador operacional" que permitía
introducir cientos de transistores en un único chip. En
ese momento no me di cuenta de que estaba siendo testigo del comienzo
de la ley de Moore.
Comencé a escribir profesionalmente en 1973, utilizando
la misma clase de máquina de escribir mecánica portátil
que los escritores habían usado durante gran parte del
siglo XX. Comprar mi primera máquina de escribir eléctrica
fue un gran paso. Después llegaron las máquinas
correctoras. Podías cambiar el cartucho de cinta de impresión
de la máquina de escribir por el cartucho corrector, y
volver a mecanografiar encima del error tapándolo con tinta
blanca. Cuando apareció el microprocesador, leí
sobre una compañía en Nuevo Méjico que vendía
por correo un kit para montar tu ordenador doméstico. Podías
fabricar tu propio ordenador personal, introducir programas pulsando
interruptores, y recibir tus respuestas a través de luces
parpadeantes. Cuando se presentó el Apple I en 1976, comencé
a oír rumores de que se estaban buscando formas de usar
los ordenadores para escribir en pantallas de televisión.
Podías borrar, corregir y mover palabras y párrafos
automáticamente. La idea de que algo así pudiera
ser posible me hizo emprender una investigación que nunca
ha terminado.
Descubrí un artículo en una "Feria de Ordenadores"
escrito por un profesor llamado Jef Raskin. Raskin, que más
tarde iniciaría el proyecto Macintosh, trabajaba en Apple
Computer. Efectivamente, había programado su propio software
de escritura para el Apple II, pero el Apple II sólo aceptaba
letras mayúsculas en pantalla ya que el hardware no permitía
trabajar con minúsculas. Aplacé mi búsqueda
de una máquina de escribir informatizada, pero nunca abandoné
la idea. Finalmente descubrí que la máquina que
siempre había imaginado existía desde hacía
casi una década a menos de una hora en coche de mi casa.
Algunos años después de mi encuentro con Raskin,
empecé a escribir artículos sobre un lugar llamado
el Centro de Investigación de Palo Alto de Xerox, conocido
por los que allí trabajaban como el PARC - donde los científicos
residentes llevaban escribiendo con ordenadores desde principios
de los años setenta. No sólo mostraban en pantalla
letras minúsculas, sino también cursivas, diferentes
fuentes en distintos tamaños y gráficos integrados
con el texto. El texto se almacenaba en discos duros del tamaño
de una caja de pizza tamaño extra. Era posible imprimir
documentos de aspecto profesional en grandes impresoras láser.
Todas estas máquinas se hacían a medida en el PARC.
El primer procesador de texto que utilicé en el Alto, conocido
como "Bravo", era una creación de un joven programador
llamado Charles Simonyi, que desde entonces se ha convertido en
uno de los multimillonarios de Microsoft tras ser el arquitecto
de la versión de Bravo para la compañía de
Bill Gates, conocida como Word.
En cuanto me senté frente al Alto, el abuelo de todos
los ordenadores personales, usé el ratón para subrayar
un párrafo en una pantalla en blanco y negro de alta resolución,
ejecuté la angustiosa acción de borrar el párrafo,
señalar otra parte del documento y pegar el párrafo
de nuevo, rescatándolo del ciberlimbo al que lo había
enviado - mi vida de escritor cambió irrevocablemente.
Empecé a conducir cuarenta minutos cada mañana para
escribir mis artículos en un Alto. En 1983 obtuve mi primer
préstamo bancario para comprarme un IBM-XT con 64K de RAM
y un disco duro de 5 megabytes.
Mientras la prensa popular hablaba con entusiasmo de la recién
nacida industria del PC y de personajes como los adolescentes
Steve Wozniak, Steve Jobs y Bill Gates, me empecé a interesar
por el reducido grupo de verdaderos creyentes que se habían
rebelado contra el sacerdocio de los ordenadores industriales
para crear el primer ordenador personal. Algunos de ellos, como
Bob Taylor, se encontraban todavía en el PARC cuando yo
llegué allí. Me fascinó y quise contar la
historia de las figuras menos conocidas pero quizás más
importantes, como Alan Kay y Bob Taylor y sus compañeros
en el PARC, y de Doug Engelbart en el Instituto de Investigación
de Stanford (SRI), cuyo trabajo había sentado los cimientos
de la informática personal. Engelbart estaba expresamente
interesado en usar los ordenadores, que antes sólo se habían
usado como calculadoras científicas o procesadores de datos
comerciales, como medios para "aumentar el intelecto humano."
Engelbart concibió por primera vez la idea de usar los
ordenadores para ampliar el pensamiento humano y el poder de la
comunicación en 1950. Hasta 1963 no encontró a nadie
que le financiara su investigación ya que la idea de usar
ordenadores como extensiones de la mente era muy absurda.
Usar un PC me permitió escribir de formas y a un ritmo
que no me hubiera sido posible antes. Cuando comencé a
usar los primeros programas gráficos para ilustrar mis
propios libros, comprendí que esto cambiaría realmente
mi manera de trabajar y crear, en vez de simplemente facilitar
las maneras antiguas, como había hecho la máquina
de escribir eléctrica. Las primeras palabras de Tools for
Thought: The History and Future of Mind-Amplifiers, publicado
en 1985, son el inicio de mis diversos libros y décadas
de crónica sobre las mentes aumentadas, las comunidades
virtuales, las multitudes inteligentes y la computación
ubicua.
Al Sur de San Francisco y al norte de Silicon Valley, junto al
lugar donde los pinos en el horizonte dan paso a los robles vivos
y los radiotelescopios, una insólita subcultura ha ido
creando un nuevo medio para el pensamiento humano. Cuando los
prototipos actuales lleguen a nuestras casas, oficinas y escuelas
en forma de modelos producidos en cadena, nuestras vidas cambiarán
dramáticamente.
La primera de estas máquinas que desarrollará la
mente descenderá de los aparatos conocidos hoy como ordenadores
personales, pero se parecerá a la tecnología actual
de procesamiento de la información tanto como una televisión
se parece a una imprenta del siglo XV. Todavía no están
disponibles pero lo estarán pronto. Antes de que los alumnos
de hoy en día del primer año de primaria terminen
el bachillerato, cientos de millones de personas en todo el mundo
se reunirán para crear nuevas clases de comunidades humanas,
haciendo uso de una herramienta con la que un reducido grupo de
pensadores e inventores sueña desde hace un siglo.
Nadie sabe si será lo mejor o lo peor que la raza humana
ha hecho por sí misma, porque el resultado dependerá
en gran parte de cómo reaccionemos ante estas nuevas capacidades
y de lo que elijamos hacer con ellas. La mente humana no va a
ser sustituida por una máquina, al menos no en un futuro
inmediato, pero no hay duda de que la disponibilidad global de
amplificadores de la fantasía, "cajas de herramientas"
intelectuales y comunidades electrónicas interactivas cambiarán
la forma en la que las personas piensan, aprenden y se comunican.
No puedo decir con certeza si estos veinte años han mostrado
que los cambios en nuestras mentes y vidas posibilitados por los
ordenadores es lo mejor o lo peor que hemos hecho con la tecnología
del microchip, pero sí puedo decir con certeza que esos
amplificadores, herramientas y comunidades han cambiado mi forma
de pensar, aprender y comunicarme. Mientras trabajaba en Tools
for Thought, tomé otra medida que cambiaría mi vida,
pero esta vez no se trataba de un solitario amplificador mental
que surgía cuando enchufaba mi ordenador al teléfono,
sino de la ancestral cultura de los ciberespacios sociales de
hoy en día. Las BBSs de la época me engancharon,
pero la experiencia verdaderamente transformadora fue mi introducción
en la comunidad Well, una de las primeras comunidades online disponibles
públicamente. Kevin Kelly me convenció para que
escribiera el primer artículo en el que se menciona el
término "comunidad virtual" para el Whole Earth
Review en 1987.
En 1990 escribí Virtual Reality sobre la idea de la realidad
virtual (RV) como tecnología y metáfora cultural.
Por entonces iba por mi tercera generación de Macintosh
y el ritmo del progreso en la tecnología del PC hacía
que la noción de los mundos virtuales inmersivos pareciera
creíble en un futuro inmediato. Aunque señalé
en el libro que a la tecnología de detección del
movimiento, pantallas de visualización y la potencia informática
a precio asequible necesitaban aún de una o dos décadas
para madurar, la subcultura que leía ávidamente
la revista Mondo 2000 (y que luego leería Wired) adoptó
el concepto si bien no la tecnología de la Realidad Virtual
como símbolo de la era que anhelaban, en la que podrían
alterarse los estados de conciencia con gráficos generados
por ordenador en vez de con drogas. Una crítica a la RV
como metáfora cultural que mencioné en mi libro
y que posteriormente otros críticos ampliaron prolíficamente
es la precaución necesaria que deberíamos adoptar
cuando se piensa en dejar el mundo real atrás. Retrospectivamente,
el culto a la RV y a Mondo fueron los primeros indicios de lo
que se conoció como la "cultura digital" cuando
la siguiente revista que Kevin Kelly editó, Wired, comenzó
a publicarse en 1993. El debate y crítica de la conveniencia
de sustituir la realidad por los simulacros digitales ha sido
saludable, y al menos algunos de aquéllos que se consideraban
entusiastas de la cultura digital ahora asumen una postura más
crítica acerca de la carrera precipitada hacia mundos construidos
con chips.
Con el tiempo la RV acabará llegando hasta donde se preveía
en 1990, pero no estoy tan seguro como solía estarlo de
que tenga interés más que para los científicos,
ingenieros y tecnofetichistas. Como metáfora de la cibercultura,
la RV está ahora obsoleta. Desde entonces la cultura digital
ha pasado por las metáforas de la simulación, las
comunidades virtuales, la revolución digital, las puntocom
y las multitudes inteligentes, y ahora entramos en las primeras
señales de la metáfora que podría tragarse
a todas - la era de la computación ubicua.
En 1993 publiqué La Comunidad Virtual. Partiendo de mis
propias experiencias en los años ochenta en las BBS, en
un ancestral servicio online llamado The Source, y en el sistema
de conferencias online que se convirtió en el prototipo
de la comunidad virtual sobre la que acabé escribiendo
- La WELL -acabé contemplando un nuevo paisaje cultural
que era mucho más extenso que el que conocía íntimamente.
Navegué por los universos paralelos de Usenet, Fidonet,
los chat rooms, las Mazmorras Multiusuario, los servidores de
listas, e incluso nuevas formas de navegar por Internet como el
gopherspace o la WWW -cada uno de ellos en sí mismo un
rico ciberespacio social. De nuevo el medio sobre el que escribía,
que se transformaba mientras escribía sobre él,
era el mismo entorno en el que me encontraba viviendo y trabajando.
Quizás escribí con demasiada pasión, cegado
por el entusiasmo:
El pueblo virtual de unos cientos de personas con el que me tropecé
en 1985 creció hasta los ocho mil habitantes en 1993. Durante
los primeros meses de esa historia me resultó evidente
que estaba formando parte de un nuevo tipo de cultura que se estaba
diseñando a sí misma. Contemplé los contratos
sociales de la comunidad extenderse y cambiar mientras que a las
personas que descubrieron y empezaron a construir la WELL en su
primer o segundo año se les iban uniendo muchas otras.
Las reglas se establecían, cuestionaban, cambiaban, y se
volvían a establecer y cuestionar, en una especie de evolución
social acelerada.
En las comunidades virtuales, las personas utilizan las palabras
en la pantalla para intercambiar cumplidos y discutir, entablar
discursos intelectuales, dirigir el comercio, intercambiar conocimiento,
apoyarse emocionalmente, hacer planes, lluvias de ideas, cotillear,
pelearse, enamorarse, encontrar amigos y perderlos, jugar a juegos,
flirtear, crear un poco de arte y muchas palabras vacías.
En las comunidades virtuales la gente hace lo mismo que en la
vida real, pero dejando atrás sus cuerpos. No puedes besar
a nadie y nadie te puede dar un puñetazo en la nariz, pero
pueden suceder muchas cosas dentro de esos límites. Para
los millones que se han visto atraídos, la riqueza y vitalidad
de las culturas vinculadas al ordenador es tentadora, incluso
adictiva.
En 2000 me fijé en la manera en la que la gente usaba
el teléfono para mandar mensajes cortos de texto en las
calles de Tokio y Helsinki, y la relacioné con mis observaciones
informales aunque omnipresentes, y con los informes que leí
sobre las manifestaciones políticas en Filipinas, autoorganizadas
gracias a mensajes de texto, que derrocaron el régimen
de Joseph Estrada. Mi libro de 2002, Multitudes Inteligentes,
trataba sobre las comunicaciones móviles, la computación
ubicua y la acción colectiva. Tras vivir las revoluciones
del PC y de Internet, sospeché que la intersección
de los teléfonos móviles, las comunicaciones vía
Internet y la informática personal empezaba a hacer posible
la existencia de un nuevo medio que aumentaba y amplificaba los
impactos sociales de chips y redes. Recordé que la clave
del ordenador personal era que podía ser cualquier tipo
de máquina simbólica que quisieras que fuera, desde
una hoja de cálculo hasta una herramienta gráfica
- un medio que los usuarios inteligentes podían reconfigurar
a su antojo, e incluso utilizar para crear industrias. Y no podía
olvidar que el poder de Internet como un medio social, político,
económico y cultural procede de la capacidad de Internet
para establecer un modelo "de muchos a muchos" - cada
ordenador de mesa que se conectaba se convertía en una
imprenta multimedia de alcance mundial, un ayuntamiento, una estación
de radiodifusión, un mercado, un espacio social. Se podía
ver que el nuevo medio tenía tres únicas características
evidentes - introducir la computación y acceso a la red
en los teléfonos desvinculaba a la Red y la computación
de la mesa de trabajo, permitiéndoles colonizar todos esos
aspectos de nuestras vidas que suceden cuando no estamos sentados
en nuestras mesas.
En segundo lugar los teléfonos celulares aportaban una
conectividad global a una fracción importante de la población
mundial en tan sólo unos años: ahora hay 700 millones
de personas en Internet, pero sólo en 2004 se vendieron
600 millones de teléfonos móviles. La tercera y
en última instancia la más poderosa potencialidad
que descubrí en la tecnología de las Multitudes
Inteligentes era que estos aparatos y la forma en la que las personas
los usan disminuyen un umbral fundamental para la acción
colectiva que les permite organizarse y coordinar acciones sociales,
políticas, económicas y culturales en el mundo físico,
usando los poderes del dominio online. Las personas pueden organizarse
para actuar colectivamente en mercados y grupos humanos, crear
Wikipedias, Meetups y eBays, de formas que antes no se podían
organizar, con personas con las que antes no se podían
organizar, a escalas a las que antes no se podían organizar,
en lugares y a un ritmo antes nunca posible. No creo que hayamos
empezado a asimilar el significado de los cambios sociales de
la era de las multitudes inteligentes, ni que se hayan manifestado
sus medios sociales, herramientas para el pensamiento, industrias
o movimientos más influyentes.
Cuando escribí Multitudes Inteligentes, me di cuenta de
que los aparatos que la mayoría de la gente en el mundo
transportará y llevará puestos no son el único
cambio tecnológico significativo en el espacio urbanizado
y el entorno público. Recuerdo haber conocido a Mark Weiser
en 1990. Como director del laboratorio de los sistemas informáticos
del PARC, Weiser era el sucesor de Bob Taylor, que me inspiró
la escritura de Tools for Thought. En otras palabras, tenía
buenas razones para tomarme en serio sus palabras cuando me sugirió
que el futuro más prometedor de las primeras décadas
del siglo XXI no sería la Realidad Virtual, donde la gente
se sumergiría en mundos virtuales, sino todo lo contrario,
un escenario en que diminutos chips insertados en todo, desde
lápices hasta sillas y paredes, literalmente introducirían
la computación en la estructura física del mundo.
Lo llamó "Computación Ubicua," y la capacidad
técnica y los dilemas éticos que levantó
Weiser en 1990 se comienzan a manifestar en 2004 en forma de redes
de microsensores, polvo inteligente y etiquetas RFID. Cuando trillones
de chips se extiendan por el mundo, a semejanza del fenómeno
de los códigos de barra que nos invadieron hace décadas,
pero con mucha más potencia, estaremos viviendo en un medio
social y cognitivo muy diferente. ¿Qué pensarán
las generaciones futuras de niños cuando crezcan en un
mundo en el que el pomo de la puerta sabe cómo se llaman
y el cuarto de baño no les dejará ahogarse, y en
el que su mamá y su papá saben exactamente dónde
demonios están? Hago referencia al término que utilizó
por primera vez Mark Pesce, "tecno-animismo," para así
aludir al cambio que probablemente se produzca cuando el medio
urbano se vea impregnado por artefactos inteligentes invisibles
e interconectados.
Ahora mismo estoy interesado en lo que llamé en Multitudes
Inteligentes las "tecnologías de cooperación,"
y en los principios teóricos de la acción colectiva.
Sabemos mucho más sobre cómo crear tecnologías
para amplificar la acción colectiva que sobre la dinámica
que permite o impide a la gente hacer cosas en grupo. Sigo preocupado
por la parte de la ecuación en la que el pensamiento humano
y la acción suponen un cambio cualitativo - las formas
en que elegimos emplear la tecnología que nos ha traído
el capitalismo, la informática y la ley de Moore. Si alguna
vez hubo un momento en el que sea crucial para los no tecnólogos
entender la capacidad de los medios emergentes, debatir el significado
social y político de estas nuevas herramientas y explorar
las formas en las que la acción individual y colectiva
pueden influir en la manera en que estas tecnologías afectan
a nuestras vidas, ese momento es ahora.
Desde hace 20 años, el escritor y pensador Howard Rheingold
es uno de los referentes intelectuales imprescindibles de la cultura
digital. Textos como "Realidad Virtual", en el que predecía
el auge de la era de la simulación electrónica ,
y el clásico"La Comunidad Virtual", uno de los
primeros estudios sobre la Red como nuevo espacio social, le han
situado como uno de los más influyentes estudiosos de los
efectos sociales y culturales de la explosión tecnológica.
Después de haber sido el cronista más cualificado
del auge de la informática personal a mediados de los 80
y de la Red a mediados de los 90, Rheingold considera que actualmente
estamos viviendo una tercera ola de cambio, en la que la convergencia
entre Internet y la tecnología móvil hace posible
que miles de individuos cooperen y actúen colectivamente
y en tiempo real, con efectos imprevisibles.
Su libro más reciente es "Multitudes Inteligentes"
(2002).
Texto originalmente publicado en el catálogo de ArtFutura
2004.